Oídme humanos y honrad a los héroes de vuestra raza. Yo, Balin de Karak-Hirn os contaré la historia de la Batalla del Peñasco de Hierro. Fue el Día de Grimnir, cnco milenios y medio después de la fundación de Karaz-a-Karak, cuando las fuerzas combinadas de Reikland y los Enanos se enfrentaron a las hordas del Señor de la Guerra Grothak el Tuerto.
Los hombres sufrieron el grueso del ataque y cayeron a cientos, pero sin ceder ni un palmo de terreno. Se mantuvieron allí, solos en la colina y resistieron ante la avalancha de acero y monstruos pieles verdes: y mostraron un coraje comparable al valor de los guerreros enanos de larga barba.
El fuego concentrado de nuestros atronadores salvó a los cinco últimos y las cargas de los rompehierros derrotaron al enemigo. En honor a nuestros aliados, construimos un montículo con las cabezas de la escoria orca, como adevertencia para aquellos invasores que se atrevan a intentar saquear nuestras tierras.
Fue el Rey Alrik, portador del Hacha del Justo Castigo, quien dirigió a los Enanos a la victoria. Se dice que él solo mató a tres docenas de enemigos ese día.
Los pájaros se congregaron para picotearlos ojos de los enemigos caídos, un destino apropiado para aquellos que vinieron a prfanar la tierra de nuestros ancestros. Nuestros muertos fueron trasladados para ser enterrados en la Salas de los Muertos, bajo las montañas.
Fueron los arcabuces enanos, los que lograron la victoria en la batalla del Peñasco de Hierro. ¡Un Atronador Enano hábil puede matar a un Goblin a doscientos pasos con un arma así!
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